
Hay frases que suenan como un guiño al alma, una de esas que podrías encontrar en una camiseta en la tienda perfecta de verano, o como caption de una foto que captura un atardecer junto al mar. Para mí, “Si la propuesta requiere un bikini, mi respuesta es sí” es mucho más que una invitación al verano; es un manifiesto. Es una declaración de principios, una promesa de vivir sin miedo, sin tapujos y, sobre todo, con el corazón listo para la aventura.
Cuando escuchamos la palabra “bikini”, muchas cosas pueden venir a la mente: playa, sol, agua salada, libertad, pero también, en muchas ocasiones, inseguridad. Esas dudas que surgen frente al espejo, las comparaciones automáticas, las expectativas ajenas sobre cómo “debería” lucir un cuerpo en traje de baño. Pero con los años he aprendido que el bikini no es solo una prenda: es una actitud. Es plantarse frente al mundo y decir “este es mi cuerpo, esta es mi vida, y pienso disfrutarla al máximo”.

Decirle sí a una propuesta que implique un bikini es decirle sí a todo lo que conlleva: al calor del sol en la piel, al sonido de las olas de fondo, a las conversaciones despreocupadas con amigos en la arena, a los libros medio leídos en la orilla, a la risa espontánea tras una guerra de agua, a los bailes improvisados bajo las luces tenues de un chiringuito. Es decirle sí a dejar que el viento revuelva tu pelo sin preocuparte por peinarlo, a caminar descalza sin prisa, a sentirte parte del paisaje.
Y sin embargo, no siempre fue así. Hubo una época —y sé que no soy la única— en la que el simple hecho de pensar en ponerme un bikini era motivo de ansiedad. ¿Estaba lo suficientemente “lista”? ¿Me vería bien? ¿Qué dirían los demás? Vivimos en una sociedad que durante demasiado tiempo nos enseñó a esconder, a cubrir, a disculparnos por ocupar espacio. Pero hoy elijo otra narrativa. Elijo celebrar. Elijo ser. Elijo mostrarme tal cual soy, sin necesidad de filtros ni permisos.

Porque si la propuesta requiere un bikini, entonces también requiere valentía. La valentía de aceptarte, de amarte, de honrar el cuerpo que te lleva por el mundo cada día. Requiere confianza, porque estar cómoda en tu piel no es sinónimo de perfección, sino de reconciliación. Significa mirar tus cicatrices, tus estrías, tus curvas, tus ángulos y ver belleza. No belleza fabricada, sino real. La que se siente. La que vibra.
Y no, no todo es físico. Un bikini también es una metáfora de los momentos en los que decides vivir con menos capas: de miedo, de expectativas, de deberes impuestos. Es elegir lo auténtico. Es decir “sí” a las invitaciones que hacen vibrar tu espíritu, aunque te saquen de tu zona de confort. A veces, esas propuestas que requieren bikini también implican madrugar para ver un amanecer desde una montaña, saltar desde un bote al agua helada, reírte de ti misma cuando las olas te tumban, o simplemente dejar el teléfono a un lado para mirar al cielo y desconectar.
Entonces, decirle sí al bikini es decirle sí a todo eso: a la experiencia completa. A estar presente. A darte permiso de disfrutar. A ponerte en el centro de tu propia historia.

Y no solo hablo de playas paradisíacas o vacaciones soñadas. También me refiero a esas pequeñas decisiones del día a día que nos invitan a vivir con más intensidad. A ponerte ese vestido que te encanta pero que “no es para cualquier día”. A probar algo nuevo sin importar si eres buena en ello. A salir sola y disfrutar de tu propia compañía. A arriesgarte por lo que quieres, incluso cuando no hay garantías.
Quizás por eso esta frase, “Si la propuesta requiere un bikini, mi respuesta es sí”, se ha convertido en una especie de brújula para mí. Un recordatorio constante de que vale la pena elegir el sí. Porque el “sí” abre puertas, mientras que el “no” a menudo nos encierra. Claro que hay momentos para los límites, para cuidarnos, para decir “no” cuando algo no se alinea con nuestros valores o bienestar. Pero cuando se trata de vivir, de sentir, de atrevernos… entonces el “sí” tiene magia.
Además, hay algo profundamente poderoso en ver a otras mujeres, de todas las edades, tallas y colores, usando su bikini como una armadura de amor propio. Mujeres que bailan, que se sumergen, que brillan, que disfrutan sin pedir permiso. Ellas también me han inspirado a responder “sí” con más frecuencia. Porque cuando una se libera, inspira a muchas más.

Así que, si hoy estás dudando sobre aceptar esa propuesta que te hace cosquillas en el alma —ya sea un viaje, un cambio, una locura momentánea— pregúntate: ¿requiere un bikini? Y si la respuesta es sí, lánzate. No por la prenda en sí, sino por todo lo que simboliza. Por todo lo que puedes descubrir de ti misma al otro lado del miedo. Por todas las memorias que aún no has creado. Por todos los “sí” que pueden cambiar tu vida.
Yo ya lo decidí: si la propuesta requiere un bikini, mi respuesta es sí. Porque sé que eso significa sol, mar, piel, alma, vida.
Y tú, ¿qué responderías?