
No todos los dĂas tienen ese algo especial. Pero cuando lo tienen, lo sabes desde el primer momento. AsĂ fue ese dĂa: un sábado que empezĂł con la intenciĂłn de ser solo un paseo más y terminĂł grabado como una pequeña pelĂcula en mi mente. Lo llamĂ© “Photo day”, sin planearlo demasiado, solo con la idea de salir, cámara en mano, y dejarme llevar por la luz.
La tarde estaba tibia, ni calor sofocante ni frĂo que moleste. El cielo tenĂa ese tono celeste pálido que promete algo bonito cuando caiga el sol. SalĂ con mi cámara, mi mochila liviana y unos audĂfonos con una playlist suave, perfecta para caminar sin rumbo fijo. Lo que no sabĂa era que me iba a encontrar con uno de los atardeceres más lindos que habĂa visto en mucho tiempo.
EmpecĂ© a caminar por el parque cerca de casa, ese que tantas veces he visto y que, sin embargo, siempre tiene algo nuevo para ofrecer cuando vas con ojos curiosos. HabĂa niños corriendo, parejas sentadas sobre mantas, señores paseando a sus perros, y en el aire una vibra tranquila, como si todos supiĂ©ramos que algo bueno se acercaba.

Fui tomando fotos sin pensar demasiado: los reflejos del sol en las hojas, una bicicleta vieja apoyada contra un árbol, una pareja riĂ©ndose a carcajadas con el viento enredando sus cabellos. No eran fotos planeadas ni posadas, eran momentos que pasaban y que yo simplemente atrapaba con un clic. Me encanta eso de la fotografĂa: la posibilidad de guardar lo fugaz, lo que si parpadeás se te va.
CaminĂ© más allá del parque, siguiendo la direcciĂłn del sol. SentĂa que me llamaba, que tenĂa algo para mostrarme. Y asĂ lleguĂ© a un mirador que casi siempre está vacĂo, pero que esa tarde tenĂa algo distinto. El cielo comenzaba a teñirse de dorado y naranja, y habĂa una energĂa especial en el aire. Me sentĂ© en el borde, saquĂ© mi botella de agua y me puse a observar, simplemente a observar.
El sol empezĂł a bajar lento, como si tambiĂ©n quisiera disfrutar el momento. Todo se volviĂł más cálido, más suave. Las sombras se alargaban, los colores se volvĂan intensos y, por un instante, el mundo pareciĂł quedarse en silencio. Era ese momento mágico del dĂa en que la luz lo transforma todo, en que incluso lo cotidiano se vuelve cinematográfico.
Le saquĂ© fotos al cielo, claro, pero tambiĂ©n a las siluetas de las personas que estaban ahĂ. Un chico sentado con su guitarra, una mujer mayor con una libreta escribiendo algo, una madre levantando a su hijo para mostrarle el horizonte. Cada escena parecĂa un cuadro. Y yo, ahĂ, intentando capturar ese regalo que nos daba el dĂa.

Justo cuando el sol tocó el horizonte, pasó algo curioso. Una bandada de pájaros cruzó el cielo, y todos —literalmente todos— levantamos la vista al mismo tiempo. Fue como si el universo nos hubiese coreografiado. Algunos sonrieron, otros sacaron sus teléfonos, y yo apreté el disparador justo en el instante perfecto. Una de esas fotos que no sabés si fue suerte, instinto o una mezcla de ambos, pero que sabés que es especial.
Cuando el sol desapareciĂł del todo, el cielo se tiñó de un rosa intenso, y la gente empezĂł a irse, poco a poco. Yo me quedĂ© un rato más, como queriendo estirar el momento, como si al quedarme ahĂ pudiera absorber un poco más de esa paz. RevisĂ© las fotos en la pantalla de la cámara y me di cuenta de que ese dĂa habĂa logrado algo que pocas veces pasa: habĂa capturado no solo imágenes, sino emociones.
VolvĂ caminando despacio, con una sonrisa tranquila y el corazĂłn liviano. Ese “Photo day” se habĂa convertido en algo más: en una pausa necesaria, en un recordatorio de lo lindo que es detenerse a mirar. No hacĂa falta ir lejos ni tener un plan elaborado; a veces lo más bello está justo ahĂ, esperando que levantes la vista.
Esa noche, mientras editaba algunas fotos, le puse mĂşsica suave de fondo y me dejĂ© llevar. Cada imagen me devolvĂa al momento exacto en que la tomĂ©. Y entonces entendĂ algo que muchas veces olvidamos: los atardeceres no se repiten. Aunque el sol caiga todos los dĂas, nunca lo hace igual. Cada sunset tiene su propia personalidad, su propia historia.

Por eso este dĂa merecĂa un nombre, un tĂtulo, algo que lo inmortalizara más allá de las fotos. Le puse “Photo day, con un lindo sunset 🌅” porque eso fue exactamente: una jornada para mirar, para agradecer y para guardar belleza.
Y asĂ, cada vez que vuelvo a ver esas imágenes, me acuerdo de ese aire tibio, de los colores derramándose sobre la ciudad, de la gente compartiendo un momento sin saberlo, y de cĂłmo, a veces, el mundo se alinea para darte un pequeño regalo visual. Solo hay que estar ahĂ para recibirlo.